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Quina música li agradava a Pinochet ( des de Xile)

Alternativa | 13 Desembre, 2006 16:16

La justícia militar és a la justícia el que la musica militar és a la musica.Groucho Marx.

El company xilè  Patricio Carvallo Núñez ens ha enviat aquest excel·lent article, escrit quan Pinocho agonitzava, una aguda reflexió a partir de la pregunta quina música escoltaria al llit el tirà?

 LA BANDA SONORA DE LA DICTADURA

 LA BATUTA DE LUMA DE LA MÚSICA ORQUESTADA

 En estos días, cuando Pinochet descansa de una ficticia y verdadera enfermedad, en el Hospital Militar de la pudiente comuna de Providencia,  me pregunto ¿qué música estará escuchando, mientras tumba su cabeza sobre esa almohada tan blanca como sus viejos uniformes de verano?

La respuesta fácil será “marchas militares”. Lily Marlen, Viejos Estandartes, algo de eso.

Yo apostaría por otra cosa, algo que pudiésemos sintetizar como la banda sonora de la dictadura. Algún tipo de música que,  aún habiendo sido obligados a escucharla, ha quedado olvidada en su infamia y pasea por los circuitos radiales sin pena y con algo de gloria.

 Creo que el ritmo de cabecera del olvidadizo y contumaz Pinochet (“No me acuerdo pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo”) es aquella que de manera persistente, neutra y solapada nos fue dada por vía acústica como alimento estético y ético por una dictadura ya madura, que habiendo pasado la etapa primera, destructiva y  aniquiladora, se dedicaba enteramente a construir el Chile de ensueño de los militares uniformados y de civil.



Ray Conniff, Paul Mauriat, Michel Legrand, Bebu Silvetti, Waldo de los Ríos, James Last, Franck Pourcel, Grunewaldt, Burt Bacharach, Bob Prais… todos ellos con “sus orquestas y coros” se escuchaban en el cotidiano dictatorial hasta bien entrados los ’80, exponiendo nuestra orientación musical a los dictados del régimen, que encontró en estos intérpretes el formato de orden para el aspecto sonoro y moral de su construcción. Orden, decencia, contención y “sana alegría” eran transmitidas en cada emisión radial de los próceres de la “música orquestada” como crípticamente se le llamó desde entonces. Se orquestaba el orden para ponernos a escuchar esa música severamente armoniosa, de ritmo exacto, planeado, planificado, cuadrado, con uso abusivo de la contención en la ejecución, para sostener interpretaciones emanadas de la autoridad del director. Las radios, una vez acalladas las partidistas, se involucraron activamente en la reeducación total de la “chilenidad”. Desde el f.m. de “El Conquistador” hasta las masivas cadenas a.m, de Minería, Agricultura, Nacional, Portales, Santiago, etc, emprendieron la tarea de condicionarnos musicalmente según el modelo de orden propuesto por la música orquestada.  
          
De hecho, a través de la “orquestada” finalmente podía el auditor escuchar cualquier tipo de música, en tanto estuviese interpretada por estas orquestas. La interpretación de temas de moda, clásicos o “exóticos” ilumina la función primordial de esta música en manos de la cultura pinochetista. Se trataba de un modo perspicaz de censurar y ordenar la producción musical. No se impedía la importación y escucha de la música “de moda”, pero a través de la radio imperaban las versiones “arregladas”, suavizadas y ordenadas que las grandes orquestas de Conniff, Mauriat, Last y demás ofrecían. Se trataba de que la chilenidad auditiva se construyera en el orden, con el eterno comienzo apagado, suave, in crescendo, hasta llegar a un altiplano constante, sin altibajos; que cada cierto rato, se interrumpía en un nuevo comienzo para recordarte la historia y adelantar un final siempre resuelto por un seco golpe de batería, que cumplía con el propósito de enseñarte también cuando aplaudir, lejos de las dudas del jazz y todo lo experimental. A través de las interpretaciones de estas orquestas “orquestadas” cualquier música se hacía digerible para el régimen: desde la música “disco” hasta ese folclore latinoamericano de aire “resentido” se convertían en respetables. Se nos preparaba para una sociedad de supermercado, mall y consumo ritmizado con música “ambiental” incluso en calles y paseos, como en Ahumada, Huérfanos y Estado, en el reino del retail. Música ideal para un régimen que se quería eterno institucionalmente (y, de un modo extraño, lo ha logrado). Música ideal para un gobierno que pretendía construir buenos chilenos, apolíticos, neutrales, propietarios y no proletarios, encerrados en sus casas y circunspectos en sus expresiones. Expresivo era el nombre de una de las orquestas solicitadas de la época: Il Guardiano del faro. Incluso Juan Azúa intentó sumarse al estilo y levantó en 1975 una orquesta que le colocara vía Gershwing en el circuito musical; pero se confiaba más en la experticia del primer mundo y en su lejanía política antes que en un sospechoso director nacional, quien por lo demás elegía al demasiado judío y pronegro Gershwing como su puntal. El reconocimiento del régimen a estos dictadores (directores) de orquesta llegó por la vía del dinero y de instalarlos en lo que era el momento “espectacular” del verano chileno, el único verano sudamericano falto de carnaval: el Festival de Viña del Mar, levantado por el pinochetismo como el inicio y cierre de la rutina noticiosa anual: febrero festival, marzo “lo mejor” y en junio vuelta a comenzar: quienes se contratarán, quien vendrá, el show, el jurado, in crescendo hasta febrero.  La música orquestada se hizo dueña del “festival” controlando el jurado. Si no era Algueró, era Urribarri, o autores cercanos a este estilo como Morris Albert o Albert Hammond. Serían los máximos exponentes del formato musical de la dictadura quienes recibirían los máximos elogios y esfuerzos del aparato mediático de la dictadura para destacarles: Ray Connif  quien estuvo en 1978 y 1981, este último año junto a Bebu Silvetti, Paul Mauriat estuvo en 1980, Bebu Silvetti también en 1979, Waldo de los Ríos en 1976. El régimen, ya derrotado electoralmente, traería a Michel Legrand en 1989. En la construcción de una chilenidad musical, de declarada raíz criolla y tradicional, no sería de las tonadas anodinas de Los Quincheros, ni de los aires trágicos y marciales de Willy Bascuñán de las cuales se nutriría el pinochetismo para dejar su impronta, educar y condicionar el oído musical de una chilenidad “buena”. Menos se nutriría de las toneladas de músicos “de fama” llegadas para rellenar los momentos: Mari Trini, Julio Iglesias, Manolo Galván, Roberto Carlos,  Sergio y Estíbaliz, Manolo Otero, etc. Pinochet, la cabeza en su blanca almohada del Hospital Militar, debe estar escuchando alguna edición de Ray Conniff en Vivo en Viña, o alguna de las colecciones de discos editadas por las Selecciones de Reader’s Digest .  Pelao CarvalloSantiago, Chile, 6 de diciembre de 2006.

Comentaris

Pepe

Re: Quina música li agradava a Pinochet ( des de Xile)

Pepe | 15/06/2008, 16:44

Preguntaré al autor del artículo, el pelao karvallo. Envíanos tu correo electrónico a eurxella@yahoo.es

juan carlos poveda viera

contacto

juan carlos poveda viera | 14/06/2008, 18:01

muy bueno muy bueno!
justamente en mi tesis de magíster en musicología estoy tratando el tema de las músicas ambientales tomando como caso el centro de santiago. por favor quisiera contactarte para hacerte unas preguntas y pedir tu opinión, ¿sería posible?

Pepe

Cambiado

Pepe | 14/12/2006, 21:54

Espero que este te guste más.

pelao carvallo

cualkier cosa

pelao carvallo | 14/12/2006, 20:57

pero no quila ni Inti ni nada de eso sociolistos...

pelao

Pepe

Bienvenido

Pepe | 13/12/2006, 17:37

Hola bienvenido pelao, dime que te gusta y si puedo lo pongo. Aunque he elegido a quilapayun por la imagen del disco no por su música.

pelao carvallo

la imagen

pelao carvallo | 13/12/2006, 17:25

ke no me gusta quilapayún!!

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