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La cosa ve d’enrera ferm

Alternativa | 28 Agost, 2010 06:00

Aquí tenim un nou article del nostre company d'Artà Mariano Moragues. Com sempre, tocant un tema interessant i polèmic.

La cosa ve d'enrera ferm

Quan els que tenim més de 50 anys miram cap enrera i veiem el que estudiàrem de la nostra història, ens trobam que en realitat l’únic fet important que apareixia els llibres de text era la conquesta de Mallorca per Jaume I, presentat com si fos part de la reconquesta castellana. Eren set o vuit retxes dins el llibre de “Historia de España”. 

Això fou tot el que estudiàrem de la història de Mallorca. Ens mutilaren la nostra història, la suplantaren  per la seva, fent-nos creure que la nostre era la d’ells i que nosaltres no en teníem, ens volgueren esborrar la memòria, a fi d’amagar-nos la veritat.

 

El mateix feren amb la nostre llengua: més de 200 anys de persecució, dejecció  i proscripció, intentant esvair-la. Els que tenim més de 50 anys en tota la nostra escolaritat mai estudiàrem el català, ni la seva literatura (ni sabíem si en teníem) i tampoc llegírem mai en català, per això esdevinguérem analfabets en la nostra llengua.

 

Vet aquí dues claus per dominar un poble: salpar-li la historia i la llengua. El més trist és que molts s’acostumaren a la injustícia; sense afinar fressa de res, els aglapiren davall la llova parada de l’alienació, l’acomplexament i l’autodenigració, complint l’objectiu de l’instrucció secreta contra el català del Fiscal del Consejo de Castilla  (1716) “de manera de conseguir el efecto sin que se note el cuidado”.

 

En Franco va seguir reblint el clau durant 40 anys, amb abstinència de història i llengua pròpies i amb una embafada de “Formación del Espíritu Nacional”, d’àguiles imperials, de “Una grande y libre”... I ara toca al PP seguir les seves petjades i les d’en Felip V amb un altre “decret de nova planta”, un poc dissimuladet amb la cooficilitat i el bilingüisme. Es tracta de matar la vaca per desmamar el vadell.

 

Per acabar-ho de confitar, l’allau de peninsulars que vengueren devers els anys 50, va constituir una vertadera invasió, que amb allò de “esto es España”, “habla cristiano”, “no me hables  en tu dialecto”..., sense témer-se’n ajudaren a embrutar més la pesquera. Molts d’ells desprès de d’anys i anys a Mallorca no han estat capaços de parlar el mallorquí, perquè les ompliren el boll d’imperialisme lingüístic i molts de mallorquins feren i fan la farina blana i més embullats que un escarabat entre borres, es begueren la ideologia centralista.

 

Si no volem seguir essent anorreats i deixar-nos colcar, és ben hora d’obrir els ulls perquè no ens donin cresta per ballesta, lligar caps per descobrir les martingales que hem patit amb la manipulació de l’historia i el maltracte que ha rebut la nostre llengua. ¿Hem quedar mans fentes mirant com esfondren la nostra identitat i cultura?

 

Mariano Moragues

 

Comentaris

JOan

aquest

JOan | 28/08/2010, 16:00

1716 tornarem a vèncer!!

jrv

Costa, etc..

jrv | 28/08/2010, 12:34

Idò na Blanca Morena, podria allargar-se un poc respecte a les invasions de costa , tipus Formentor, Costa de los Pinos, etc. Tal volta pòdria posar en practica la seva contundencia a aquests llocs.
Be, vindrà l'hivern, i ja no s'en parlarà mes, ja ho voreu. La culpa és de l'estiu, no de que hi hagui massa gent, a aquesta illa de 3.600km2.

diario de mallorca

De qui es la platja?

diario de mallorca | 28/08/2010, 09:37

ALBERTO MAGRO. PALMA. Sigan la escena, que se las trae. Domingo, 15 de agosto. 15.30 horas. Abarrote en Cala Sa Nau, un privilegiado rincón arenoso de la costa mallorquina de Felanitx en el que el agua luce ese color azul intenso reservado para los folletos de las agencias de viaje. La gente toma el sol en la orilla. Toalla sobre toalla. La cabeza en los pies del vecino, y los pies propios a un palmo del cuello ajeno. Salvo en la zona de tumbonas. Allí la imagen vuelve a ser de catálogo: grandes camas con dosel de madera y mimbre alojan a los que pueden permitírselo, que además de sombrilla de paja y tumbona acolchada tienen aire a su alrededor. Y arena. Bañistas de primera a un lado, juntatoallas de segunda al otro.
Hasta que una pareja de treintañeros se salta el apartheid playero. Como no hay hueco en segunda ni sombrilla disponible en primera, plantan el campamento en el desahogado espacio entre tumbona y tumbona. Nadie más lo ha hecho, pero visto el overbooking, la maniobra no parece extrañar a nadie. Salvo al hamaquero, que reacciona airado. Muy airado. En diez pasos se planta a los pies de la tumbona del que firma (un día es un día) y sin mediar saludo invita a la pareja invasora a abandonar su zona. Lo dice así: "Mi zona". "Esta parte es mi playa", insiste. "¿Tu playa?", se sorprende uno de los bañistas asaltados, que sin perder la calma ni elevar el tono se rebela: "La Ley de Costas garantiza que en este país las playas son públicas". El hamaquero frunce el ceño al levantisco. "No lo son. Esta es nuestra zona. Mi jefe paga una concesión y tenemos derecho exclusivo". Los playeros antiapartheid no se rinden: "Usted tiene la autorización para colocar sus tumbonas, no la propiedad de la playa. Pero da igual. No nos vamos a mover, aunque si alguno de sus clientes necesita cambiar de sitio la tumbona, nos haremos a un lado. Y no moleste usted más, que quiero echar la siesta". Al vigilante de las sombras y las siestas no le vale. "Tenéis que iros de aquí", repite, a falta de argumentos nuevos. La pareja pierde la paciencia: "Traiga usted a la policía y que nos lo digan ellos". Al hamaquero se le dibuja una sonrisa pícara en la tez morena y vuelve grupas.

Llega la policía en bañador

Reaparece un minuto después, para diversión del cronista (un día entero en la playa puede hacerse tedioso incluso en la paradisíaca y discotequera Cala Sa Nau). Le acompaña un hombre espigado que, encremado y vestido de chancla y bañador azul de flores blancas, se identifica como policía local de Felanitx. Es lo que pone en una tarjetita plastificada que muestra deprisa y guarda aún más rápido. "Buenas tardes. Soy policía local aquí y tienen ustedes que irse. Esta zona es su playa (señala con un pulgar al hamaquero, que ahora sí sonríe)". La pareja persevera. Le toca a ella afilar el verbo: "No entiendo por qué me tengo que ir. Según la ley la playa es pública. No hay sitio en la zona fuera de las tumbonas. Tampoco hay ninguna tumbona disponible, así que me pongo aquí porque tengo derecho y no me queda más remedio". El policía duda. Piensa. Y vuelve a la carga. "Por educación (¿?) y por ética (¿?) deberían irse. Ellos pagan una concesión y ustedes la están invadiendo". A la pareja le da la risa y, tras un intercambio de argumentos de varios minutos, él suelta al borde de la carcajada la pregunta clave: "¿Y si no me voy me puede usted multar o detener o mover a la fuerza?" Touché. El policía del bañador alegre pliega velas: "No está tipificado. No hay nada previsto. No puedo multarles".
Toma nota atento el cronista mudo, que ya tiene trabajo para el lunes que sigue al plácido domingo de tumbona y chiringuito: ¿De quién es la playa? ¿Del hamaquero y su jefe, como dicen? ¿Del Ayuntamiento y su policía en chanclas? ¿O de las decenas de playeros que la ocupan como pueden? Según el artículo 31.1 de la ley de costas, hay pocas dudas: la playa es siempre "pública y gratuita" para usos como "pasear, estar, bañarse...". Y de lo que se trata es de estar, así que problema resuelto. Pero no. Resulta que las leyes están sembradas de dobleces y recovecos, como el que en el artículo 31.2 fórmula la posibilidad de entregar autorizaciones y concesiones para la explotación de la arena. Así que la cuestión vuelve al punto inicial: ¿Quién es el dueño: hamaquero, ayuntamiento o ciudadano? ¿De todos, de uno o de ninguno? Responde en la Demarcación de Costas la funcionaria que se encarga de tramitar las autorizaciones para que el hamaquero plante sus bártulos y cobre por sombras y siestas mullidas "Los hamaqueros tienen una autorización no una concesión. Pueden poner sus tumbonas y sombrillas tras pagar un canon, pero la playa es de dominio público y gratuita. No es suya".
¿Cuestión zanjada? Que no: ¿Qué ocurre entonces en un caso como el de Cala Sa Nau, en el que los bañistas ponen la toalla en la zona de tumbonas por la que ha pagado el hamaquero? Coge el testigo en la explicación Celestí Alomar, ex conseller de Turismo y actual jefe de la Demarcación de Costas de Balears, que hace un hueco en sus vacaciones para poner los pies en la arena que mejor domina: la de la Ley de Costas. "Se puede dar autorización para poner hamacas en un máximo del 50% de playa, pero en ese espacio el uso público no se niega nunca. Puede haber choque de intereses, como es el caso, pero no es de recibo que ningún hamaquero ni nadie diga que la playa es suya. La playa es pública, ellos tienen autorización de uso pero en ningún caso la propiedad", apunta Alomar, que afirma que en casos como estos lo mejor es tirar de buena voluntad.
¿Queda esta vez claro? Pues tampoco. Porque las dobleces le siguen confiriendo a la ley el rango de castillo en el aire. Y cada uno le pone los cimientos que más le agradan. Sirve el ejemplo de los bañistas peleados con el hamaquero y el policía floreado, a los que dejamos enzarzados en un debate sin salida, en el que el hamaquero, acorralado en la falta de argumentos, se arroga poder legislativo y enuncia una nueva norma cuando le preguntan por los límites de su zona. "Pues un trozo hacia fuera. Unos metros. Bueno, dos", expresa inseguro. Le echa un cabo el policía encremado: "Puede ponerlas dónde quiera si no está a menos de quince metros del agua. Si ven una a menos de quince metros, avísenme". ¿Quince metros? ¿Y por qué no veinte? ¿O catorce? Preguntados al respecto, ni el delegado de Costas, ni los técnicos de su equipo ni los abogados especializados en las lagunas y vericuetos de la ley conocen tal límite.

¿Y de quién es la sombra?

Así que las dudas llegan al despacho de quien mejor puede resolverlas, según indican tanto Alomar como la funcionaria que da las autorizaciones para sembrar tumbonas, la jurista de la Demarcación de Costas, Blanca Morera. A ella se le plantea la madre de todas las dudas: porque hasta ahora está claro que la playa es pública y gratuita, y también que el hamaquero, previo pago de la autorización, puede poner sus tumbonas y sombrillas en un espacio limitado, pero ¿qué ocurre cuando unos y otros entran en conflicto? ¿Qué ocurre por ejemplo con la sombra de las sombrillas del hamaquero, que muchas veces cae sobre la arena? "Es un conflicto típico, porque encima la sombra se mueve durante el día –comenta amable Morera, habituada a estos berenjenales–. Hay que ver quién abusa de quién, pero lo que no puede decir el hamaquero es que la playa es suya. Y tampoco se puede desalojar a nadie, ni él ni el policía. Se analiza caso por caso, teniendo en cuenta por ejemplo si hay o no espacio suficiente para que la gente ponga su toalla, porque si están bien hechas las cosas no tendría que haber estos conflictos".
Pero los hay. ¿En que quedamos pues? "La playa es gratuita y de uso público", recalca la abogada como principio de partida, reflejado además con contundencia en el artículo 53 de la Ley de Costas: "En ningún caso las autorizaciones podrán desnaturalizar el principio de uso público de las playas". Así que la sombra que proyecta la sombrilla es del hamaquero, pero que la coja si puede: porque, les guste o no al guardatumbonas y al policía bañista, la arena es de todos. Con sombra o sin ella. Por ley.

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